martes, 5 de febrero de 2008

Ascenso a la cima

El 18 de febrero del 2007 tuve la oportunidad de ascender a la cima del Pico de Orizaba y con ello una de las experiencias que más ha marcado mi vida. Hace ya tres años me invitaba un buen amigo a vivir la experiencia por primera vez. El organizador y guía principal de aquella expedición fue el legendario e inolvidable Alfonso de la Parra, quien murió hace unos meses realizando una de las proezas alpinistas que siempre lo caracterizaron (Nunca será llenado el vacío que nos deja tan querida y admirada persona) Después de llegar con éxito, aquella vez, a la cima de dicho cuerpo estrato volcánico de 5,747 metros s.n.m., no pude resistirme a volver a experimentar esa sensación que solo la naturaleza te puede ofrecer. Fue con 6 amigos muy cercanos, dos de los cuales guiaron la expedición, y mi cuñado, que decidí emprender el camino a la tercera cumbre de norte América. El comienzo fue en el albergue de Piedra Grande, 4,240 metros s.n.m., en donde nos había dejado Don Joaquín esa noche del viernes 16 de febrero. El sábado 17 nos levantamos en la mañana para comenzar un ‘hiking’ de 3 horas y media para llegar a la falda del glaciar del Citlaltépetl y establecer ahí un campamento. Es impresionante disfrutar un atardecer desde un punto más alto que aquel en donde cruzan las nubes y las montañas, quedando sólo tu ser y la bóveda celeste, confrontando así la pequeñez del hombre en comparación con la inmensidad del coloso que te ha dejado descansar en su costado por una noche. Una palabra: humildad.

Al día siguiente, domingo 18 del mismo mes, a las 4:00 A.M., con los crampones bien puestos a las botas congeladas, un piolet, y amarrado a la cordada que te corresponde, en mi caso de tres personas, comenzamos la ascensión por el glaciar. Es difícil describir la sensación de estar sobre aquel monstruo de hielo, de noche, con un frío que te recuerda toda tu estructura ósea, dando un paso que esperas no sea en falso; una y otra vez, una y otra vez… Aunque en realidad sólo sean unas horas, parece una eternidad. Siempre encarando la cima, con la paciencia y dedicación que se necesita para no perder la cordura. Finalmente, después de 4 horas de esfuerzo y de vivir un amanecer digno del pintor más famoso de todas nuestras épocas, Dios, llegamos a la cima geográfica de nuestro país. La debilidad física de todos los que ahí estuvimos se contrapuso rápidamente a la felicidad desbordante que nadie pudo ocultar. Podrías morir ahí mismo pensando que te has realizado como ser humano. Después de estar unos minutos en tan agradable escenario y tomar un segundo aire, bajamos con la poca fuerza que nos quedaba pero con un orgullo que nos mantuvo de pié, hasta el albergue de Piedra Grande en donde ya nos esperaba Don Joaquín.

martes, 8 de enero de 2008

Probando Blog